Elevando el Techo de la Deuda
Informe Semanal 23/05/2011 – Por Ron Paul
El gobierno federal, una vez más, ha llegado al límite de su capacidad legal para endeudarse; es decir, no puede emitir más deuda del Tesoro sin que el Congreso amplíe el límite máximo de la misma. A partir de este mes, nuestra deuda nacional “oficial” –la cual no incluye los enormes pagos futuros comprometidos al Seguro Social (Social Security) y a los beneficiarios del Seguro Médico Estatal (Medicare)- es de U$D 14,2 billones.
La ley del “techo de la deuda”, aprobada en 1917, le permite al Congreso a fijar un límite legal al total de la deuda del gobierno, en vez de tener que aprobar cada oferta de bonos del Tesoro. También, sin embargo, obliga al Congreso a una votación abierta, y algo vergonzosa, para aprobar un mayor endeudamiento. Si la mayoría republicana de la Casa de Representantes cede ante las presiones de los grupos de poder y votan por un incremento en el techo de la deuda, entonces sabremos que el status quo ha prevalecido. Sabremos que la simple idea de un presupuesto equilibrado, limitando el gasto federal a los ingresos federales, sigue siendo solamente una pleitesía risible y superficial de campaña.
Es previsible que el Congreso, una vez más, sólo retrase lo inevitable y eleve el techo de la deuda, luego de la retórica habitual sobre el control del gasto, los recortes presupuestarios y, sí, el aumento de los impuestos. Hemos escuchado un sinfín de advertencias acerca de lo irresponsable que sería un “cierre de gobierno”. El argumento es que los sobrios, maduros y racionales políticos y expertos entienden la realidad, mientras que los que se oponen al aumento del techo de la deuda son sólo ideólogos irresponsables dispuestos a dañar nuestra economía, con el único objeto de opinar.
Pero como cualquier deudor que debe reducir sus gastos, el gobierno federal simplemente debe establecer prioridades y limitarse a sólo gastar dinero en ellas. El pago de interés sobre la deuda de bonos federales probablemente ascienda a unos U$D 500 mil millones para el año fiscal de 2011, un promedio de U$D 41 mil millones por mes. Los ingresos por impuestos federales varían con cada mes, pero deberían llegar a un total de U$D 2,5 billones para el año fiscal de 2011 –un promedio de, tal vez, U$D 180 mil millones por mes. Así que claramente el gobierno federal tiene suficiente ingreso por impuestos para hacer frente al pago de intereses. Por ahora, esos pagos de intereses representan alrededor de un 12% del total del presupuesto federal.
Lo que nadie quiere admitir es lo siguiente: incluso si al gobierno federal le quedaran sólo U$D 1,5 billones, luego de intereses, para gastar en 2011, sería más que suficiente para financiar todas las funciones constitucionales del gobierno. Después de todo, el presupuesto federal total en 1990 fue de aproximadamente U$D 1 billón. ¿Puede alguien realmente pensar que el gobierno federal era demasiado pequeño o demasiado frugal hace sólo 20 años? Difícilmente. Entonces, ¿porqué hemos permitido que el presupuesto federal se cuadruplicara durante esos 20 años?
La verdad es que, a pesar de lo catastrófico que algunos dicen que podría ser el no aumentar el límite máximo de la deuda, difícilmente sea todo lo malo que ha sido publicitado. El techo de la deuda es un límite auto-impuesto. La señal que el Congreso envía a los mercados de todo el mundo al aumentar el techo de la deuda es simple: las cosas permanecerán como siempre en Washington; no habrá recortes presupuestarios; y la austeridad fiscal seguirá siendo sólo un castillo en el aire.
Cuando nos acreedores finalmente se den cuenta de todo y nos corten los suministros, nos veremos forzados a afrontar la realidad económica, queramos o no. Sería más fácil enfrentar las difíciles opciones que tenemos hoy, en nuestros propios términos, en lugar de esperar a estar a merced de nuestros acreedores extranjeros. Sin embargo, los líderes en Washington carecen de la voluntad política para admitir que no nos podemos dar el lujo de seguir gastando sin ningún tipo de límite significativo. Prefieren mantener la ilusión y posponer la realidad para otro día.